Cámara de niebla - poemas



I

Materia estelar






Big bang

Pégase un tiro la nada por nada y se vuelve todo: doble filo
de un revés en esa palabra o hervor donde cuaja el mundo.












Materia  

El nervio enjoyado de la materia es arte de orfebrería estelar:
un hilo radiante que cose carne con carne y plomo con plomo;
(bienaventurados  los que creen en el orden de los elementos,
y  no mezclan carne y metal hasta ser lloro y crujir de dientes:
el dolor es una equivocación, una cuerda de hélice retorcida
que nos ata como perros a la muerte). Somos el  polvo crudo
de un estallido: las estrías de luz llegan hasta el extremo del
árbol de la sangre, y más allá no sabemos ver. El alma no es
más que otra ramificación: yema verde y agria por no saber
que su sed más dulce nace de agua que no es de este mundo.    











Antimateria

La temperatura de fisión se alcanza en la superficie del espejo:
la espina dorsal del ojo se vuelve bífida, pero el dolor viene
de saber que lo igual es enemigo de sí mismo.  La cargazón
eléctrica  reparte puntual su discordia: a cada palabra le nace
una antipalabra; la infección de luz sube de átomo en átomo
y no hay antídoto para lo que no se puede decir. Los cuerpos
generan sus anticuerpos y estallan, de placer o de antiplacer,
da igual: en esa milésima de encuentro antes de la explosión
cada uno dice su nombre verdadero, el de morir y el de matar:
un secreto que queda cimbrando en la nada, que es sordomuda.









Materia oscura


Lo crédulo del ojo flota en la pura tensión superficial:
como un mosquito que camina en el agua, la mirada 
no entiende ni la profundidad ni la fórmula del mundo:
una parte de luz diluida en noventa y nueve de sombra.
El ojo es flor carnívora que creció equivocada: muerde
lo que no hay, y su dentellada engorda el ojo del amo.
Encandilados por esta fracción de luz, vamos de tumbo
en tumba, pero es lo oscuro, su hambre gravitatoria,
su vocación de grumo, lo que dice cómo y dónde caer.
Ceguera, ceguera, ceguera. El resto es lo que somos.











Espacio-tiempo

El vacío es la carne del mundo: músculo inmóvil que no descansa
ni tiene otra  ambición que la continuidad. Cruzado por el tendón
del tiempo, se encoge sólo frente a lo denso: la contractura traza
la mueca de un gato sin pies ni cabeza, la sonrisa flotante del dios
que confunde  nada con todo en cada respuesta: la cáscara del fruto
es el fruto, la semilla es una implosión y cada hueco una parición
de sí mismo. Cuesta abajo, pura rodada, el espacio es otro nombre
para decir caemos, y caen los planetas en el sol como caen los soles
en lo oscuro y cae lo negro en lo blanco, raya de veneno en tu licor.
(El vacío es la distancia más helada entre la serpiente y su huevo).







Agujero negro


Esa boca que devora el centro de la galaxia
pero deja  el borde azucarado para después
no es una boca: del agujero sólo se puede decir
lo que el agujero no es. No es boca ni dice,
o lo que dice es palabra negra, pura implosión.
Quién otro sino este dios cabeza de alfiler
puede doblar así el espacio, plegar sin crujido
todos sus vapores y metales, volverlo pañuelo
paloma y conejo en su galera de una sola vía,
moridero o esencia del arte de la desaparición.








Horizonte de eventos

En esa línea trazada al filo de la ceguera se acaba el morir:
aplastada la luz hasta volverse hueso, plomo, sal, derrumbe,
no hay vaso capilar por donde trepe lo último: ni el espacio
ni el tiempo tienen donde caerse muertos. La floja urdimbre
orgánica alcanza la redención: cada cucharada de espíritu
pesa más que el Himalaya, y lo santo se cae de puro denso,
como fruta podrida, en las fauces de dios. “El rito consiste
en que el nuevo sol pase por siete puntos antes de estallar
en el orificio de la tierra”
(Así escupía Antonin Artaud).
En esa línea trazada al filo de la muerte se acaba la ceguera.









Big Crunch

La explosión pierde por cansancio: la fatiga de los materiales
quiebra el vacío, y todo se derrumba sobre todo: el crujido
es tan oscuro y suave que ni el tiro del final llega a salir.









II

Cuerdas







Once dimensiones

Diez versos, diez dimensiones, una por verso: la primera va
de la profundidad a la altura y vale una caída y dos vértigos:
el mío y el del abismo. La segunda  hace del ojo carbonilla
y traza el horizonte. La tercera es el punto de fuga: el detrás
del espejo. La cuarta amasa, pliega y hornea pastelitos de luz;
la quinta es molleja de moler espacio, la sagrada rumiante que
sabe el centésimo nombre de dios; la sexta parece agua y no:
es un pez de mercurio nadando contra su temperatura límite;
la séptima es la disonancia del sexo; la octava es pura sangre;
la novena y la décima, gemelas, roen la raíz de lo invisible.

La undécima: el tiempo, que nos arrastra hasta el punto final.









Teoría de cuerdas


En el sótano de la luz cantan las costureras locas la canción
de lo que existe y no se ve: cosen y cantan; y lo que se ve
es papel de molde prendido al mirar por un alfilerazo cruel:
las puntadas se sienten en el revés del ojo, y no hay espejo
que diga la verdad: el traje siempre te  quedará grande.
Lo carnoso de la vigilia nos ensordece: llamamos música
esto que el sueño sopla por el hueco profundo de su hueso,
y silencio al llamado de las sirenas de la fábrica de lo que hay:
esas obreritas que retuercen el espacio en diez dimensiones
(como pañuelo de llorar) y de cada mal paso hacen un mundo.










Aceleración de la gravedad

Filosofía cruel la de saber que de once dimensiones  nos tocó justo
la de la caída. Ahí vamos, ñata contra el vidrio en la pura fricción.
Echando chispas vamos, pero lo nuestro no es arder en propia luz:
inquilinos de la penumbra,  sin nadie que nos fíe el viaje de vuelta,
vamos dejando esos trazos de carbón sobre la eterna página virgen:
el único milagro es lo que no sucedió. Somos hijos de la maculada
percepción: hacemos leña del sentido caído en nombre del deber
para morir de frío en un universo que brilla de hogueras: el fuego
se malgasta en echar presión sobre el engranaje del abismo: cierre
de relámpago para todos estos cuentos que ni historias llegan a ser.











El jardín de senderos que se trifurcan
(Agujeros de gusano)
Los lagrimales trifurcan  lo visible: es la tuerta y santísima trinidad 
que danos de mamar su mala leche: arriba, abajo, izquierda, derecha,
adelante, correrse un pasito al dofón: no hay lugar para otra brecha
por donde escurrir el ojo: el oleaje de lo real no nos deja hacer pie
y siempre faltan milímetros para llegar a ninguna parte. La aduana
de dios es implacable: flotamos ahogados en un mar de luz sangría 
(el dolor de nacer y el dolor de morir no alcanzan a pagar el peaje).
Nos salva el ciego, el vidente  que cava  el túnel de sábato a sábato 
y nos condena a la náusea de la multiplicación o al coraje de sacarle
filo a los espejos para verse, verse y verse al vesre, y después morir.












Espuma cuántica



“En la vida, lo esencial es formular juicios a priori sobre todas las cosas”

Boris Vian, “La espuma de los días”

El vacío se bate en retirada hasta la mera suspensión coloidal:
las espumas de lo invisible nos llevan el alma a  punto nieve
y el pensamiento a nueva era glacial: podemos tallar preguntas
en el aire y dejarlas flotar como piedra pómez en un mar muerto.
El sótano de la existencia se rebela, y un yoduro de plata dibuja
la escala de grises de la probabilidad: por  ahí bajamos a mamar
de lo incierto. La casa que llamamos universo ha sido edificada
sobre cimientos en ebullición: las patas desnudas de la realidad
saltan para no quemarse sobre esa nada hecha borbotón caliente.
La materia es un animal herido en los huesos de su incredulidad.









III

Los experimentos del perro andaluz







Tranquera

Un navajazo de la oscuridad  lo vuelve perro anda-luz:
el ojo no sabe bajar las escaleras de su propio edificio.
Ládrale al abismo, pero ni oler puede la escala de cromo
que llévanos a morder el hueso de la certidumbre: el ojo, 
cachorro, no suelta la teta que lo envenena, se atraganta
de la materia que lo niega, pide más, ladra a contraluz,
hace fiestas a la nada, aúlla de hambre el inútil: la nada
es perra vieja que no da de mamar. El ojo fuerza su esfínter
y  pónese a torear hormigas y manos muertas: muerde sólo
lo conocido. Ojo mamón, perro que engorda en la tranquera.











Gran Colisionador de  Hadrones
(La caza del bosón de Higgs)

En medio del mundo del cuánto por tanto
el señor de los anillos tantea los cuantos:
la fe en la mano invisible horada montañas.
Anillo y arca de la alianza, pista sedosa
para la fórmula uno de la luz: una garganta
cerrada en sí misma que grita nada contra nada
y espera un estallido del silencio: encontrar
esa runa, ese musgo inquieto debajo del ladrillo
numérico, esa partícula sordomuda que hable
la lengua de dios o al menos traduzca su gesto.










Kaddish por el gato de Schrödinger


Strange now to think of you, gone without corsets & eyes …
Allen Ginsberg, "Kaddish"

 Raro pensar en ti: gato imaginario en una caja imaginaria
con martillos y botellas imaginarias dentro del cerebro
de un hombre ahora imaginario: lo único real, se sabe,
es el veneno de tu miedo. Atado al sistema circulatorio
de la oscuridad, la condena es ser y no ser, y ni el consuelo
hay de arrugar el morro y decir ‘algo aquí huele a podrido’:
tu reino no es de este mundo. No habrá diez varones justos
que digan este kaddish hasta que alguien escuche el grito
dentro  del silencio que hay en tu grito: todos habitamos
el lugar de nuestra muerte, digamos o no digamos amén.










Quantenverschränkung

Una espeluznante acción a distancia…”
 Albert Einstein

La hebra de sal se tensa entre lo que es y lo que no puede ser: tirón
de seda en la sutura del océano que mana distancia de la distancia,
como mana lo amargo del exceso de  azúcar o el deseo mana de sí.
La llaga horaria cruza las aguas al paso de tortuga del ánima solar:
lo que se escribe de noche trae la claridad, lo que se escribe de día
nos parte el alma en dos. Y ahí vamos, pedacitos de nada separados
al nacer: uno se corta y el otro sangra, uno abre los ojos y el otro ve;
uno se duerme en la estepa y el otro vigila en el revés de la sabana,
planicies madres del caos, tramas rayadas a contraluz: escapamos,
por poco, del predador escondido detrás de lo que no se puede ver.
                                                                                                                 
                                                                                                                a V.C.F.









Fábula esteparia

En esa llanura de transa ciega la mandona es la luz:
vieja tramposa que apuesta y gana contra animales
y refucilos. Lo que se juega es la carne del espacio:
el premio cuelga frente a cada hocico, y los lentos
de espíritu relámense ante vacío que no han de beber.
(Ese peón que pinta rayas de cal entre debe y haber
es la muerte: sin apuro, porque está en todos lados)
En la pulpería, dios, que no juega a los dados, miente
una flor: la luz sale como tiro, pero ni a llegar alcanza
y una gacela, en plena danza, se lleva la parte del león.










Cámara de niebla
[1]
Lo que no se ve deja un trazo en lo que no te deja ver; el tajo
en la niebla le arranca el parche negro al infinito: ojo de agua
donde borbotea la sed de saber un poco más, pista de vapor o
catarata: la ceguera cántase su mejor tango en esta jaula gris.
Cada dos por cuatro lo imposible te pega de canto; la poesía
manda cruel en el papel, arde la urgencia de ponerle palabras
a eso que no existe pero nos hace existir: una  mano invisible 
que escribe en el agua la historia del agua. El universo feroz
sopla su canción de nada y deja el tendal: la mirada se cuelga
de su cuerda de luz, broche de oro en el justo punto de rocío.









Razón áurea

La belleza es una mala costumbre del infinito: esa vanidad
del caos mirándose a sí mismo como se miran los espejos:
lo que deslumbra es el reverbero entre dos nadas. La razón
es una coartada de oro, pero igual nos condenan a la pena
mayor: la espiral de los caracoles es la distancia más larga
entre morir y morir. El universo no es una caja de música,
pero igual esconde su resorte en la sombra: no hay pájaro
que le dé cuerda al mundo. O no es un pájaro. La sucesión
de los números es irracional, pero no salvaje: un latiguillo 
mantiene el orden en esa fila de irse derechito al más allá.    










II


Materia tóxica







Esperas

Las esperas crecen por sedimentación aluvial: una de cal,
una de arena y una de nácar: ahí se cultiva la perla tóxica
que llamamos esperanza. La iridiscencia ata el ojo al aire
y de nada sirve bombear el corazón al vacío: lo por venir
tira para adelante sin distinguir entre buena y mala sangre.
Los buceadores de la fe se calzan sus zapatones de plomo
para hundirse en el mar de lo que nunca llegará: un grano
de mostaza es lo que es y nada sabe de mover montañas.
La única espera santa es la que se reparte en mil pedazos 
para comerse a sí misma y no es lirio, ni hila, ni sabe tejer.


                                                      
 Montevideo, Enero de 2014









Distancia


A lomo de culebra, de una bestia en cinta, viajamos. 
Vamos como piedra, de este dolor al otro, olvidados
de la mano que después de arrojarnos se escondió.
A espaldas de un mono de tinta, a lo ciego tanteamos,
una mano atrás, otra adelante, mientras las ruedas 
horadan el túnel del sábato, una herida limpia zanjando 
las mitades del mundo que nunca vamos a conocer.
Las rayas amarillas sobre el lomo de la bestia avisan 
que uno de los extremos de la culebra es tóxico: algo
afila los colmillos en la piedra de toque de la distancia.

                          
Ruta 26,  Chubut, 26 de noviembre de 2011.









Amor líquido

Los líquidos del amor se escurren por lo pendiente: el plano
inclinado de la postergación organiza los sistemas de fuerza
del veneno, y en cada terminal nerviosa se abren las plumas
de la intoxicación. La fractura hidráulica del corazón arrasa
con lo demás: una red de grietas sustituye el árbol pulmonar,
y  la carga explosiva estalla debajo de la línea de flotación.
El canal circulatorio cambia sangre por arena (nos hundimos
por exceso de sed) y así quedamos: náufragos en dique seco,
puro horizonte de sal donde arrojamos, a un mar imposible,
botellas imaginarias con mensajes que ya nadie quiere leer.











Cianuro

Muerdas o no muerdas el anzuelo por la boca morirás:
la ley del embudo no perdona. El veneno no distingue
entre capas geológicas. La existencia mineral es difusa,
profusa y confusa, la del veneno no. El veneno busca
y nos encuentra en tu doblez más ínfimo. No alcanza
con cerrar los ojos: la venda ya está en la boca. Morir
es cuestión de boquear aguas abajo, y un brillo de oro
comiéndote  el pulmón: la asfixia empieza en la mirada.
(El antídoto está en el nervio del sustantivo, en su tendón
sin músculo y su pluma de silencio, en su hueso de volar).













Saturnismo

¡Ay, su anillito de plomo, / ay, su anillito plomado!
Federico García Lorca


La envenenación del plomo puede venir lenta, como por goteo, o
ser instante puro (en caso de administración vía tiro de revólver o
fusil): el anillo de Saturno es lastre que lleva a las dos estaciones
de lo profundo: la locura y la muerte. Calígula, Cómodo, Nerón,
Caravaggio, Goya, Van Gogh y la mar de fusilados melancólicos
saben de su entrañable opacidad: ni los rayos equis logran brillar
en esa película gris donde no ganan buenos ni malos. La plomada
es de obediencia vertical: señala el centro de la caída, y el centro
está en cualquier parte donde la densidad del metal guste mandar.
Lo duro se agazapa en lo blando. El resto se lo lleva la gravedad.












Hidrargiria

El diosito del pie alado avisa, y si avisa no es traidor: el mensaje
es el veneno. La palabra cinabrio es ácida y roja y nos hace agua 
la boca; de ese naufragio nos salva algo más liviano que la lengua:
el barco ebrio del ajenjo, la temperatura adolescente de la poesía.
Mercurio te marca la fiebre a presión; la flecha de plata da justo
en el talón de tu locura medida en grados (una muesca en el frío
y otra en el punto de hervor: se vive en la escala que va de morir
a morir). En el medio, los días se muerden la cola, y ni la noche
es buen antídoto para el dolor: un metal que hierve y se evapora
al calor del cuerpo tiene su costado animal, su sexo y su muerte.
                                                              
                                                                    23/1/14, Buenos Aires, S. T. 47 º C.












Del tiempo visto en los espejos



I. Pasado

El fondo del espejo vende gato por liebre: en esa precipitación
no hay tiempo sino pátina de veneno: temblor de azogue según
pasan los años, o el comienzo de una bella enemistad. La borra
en el vidrio dice fondo blanco, pero el final es fácil de adivinar;
exceso de Li Po: aspiración de bañarse en el río más de una vez 
y tomar la luna por los cuernos. Curdas andamos, pasadísimos
por el tubo de una sola vía, extrusión al rojo del hilo de plata
que te ata y te desata, y qué, y qué: igual te vas aunque te olvides
de partir. Mejor flotar sin memoria, nieblas sobre un cementerio
de elefantes: en Casablanca todo es esperar, amar, olvidar, morir.












II. Presente

En ese tajo de luz terminan todos los futuros menos uno.

Se habla al borde de la voz: la tensión de la cuerda vocal
aprieta el nudo corredizo; jugamos al ahorcado, y nunca
hay una palabra que ocupe el lugar del vacío. Una timba
el tiempo; se juega todo o nada sobre el filo de una yilé:
el futuro, que es todo, se vuelve pasado, que es esa nada
mal llamada memoria. La memoria de quién. Me moría
de qué. Nunca vamos a llegar a la otra orilla: el presente
es un escorpión fiel a su naturaleza, se hunde en la rabia
de no ser nunca igual a sí mismo, y muere preguntando

por qué.












III. Futuro

El futuro llega por tracción a sangre: lo que tira de la rienda
de los nervios todavía está por nacer, pero ya puso su huevo 
en el mismo lugar del grito: de ahí nacen pájaros o engaños.
En ese desconcierto somos tripa sonando bajo el arco de crin:
de reojo vemos venir la mano, el ajuste de clavijas, y el dolor
nos afina de lo grave a lo agudo: lo que nos hiere en el ahora
es una astilla del mismo palo que la esperanza: nada hay peor.
Espiamos los jardines del porvenir por la cerradura de ese ojo
remachado en la conciencia: el tiempo es un veneno partido
en dos; uno de los extremos culebrea ciego en la antimemoria.

                                                Hotel Chubut  (para pacientes y familiares),
                                                                       Buenos Aires, enero de 2014.







IV



Materia virtual









Mouse

I
 (Da – da)
Doble clic sobre el bigote izquierdo de Tristán Tzara:
negro sobre blanco, orgía de la escala de grises pese a
la motita de color violáceo: de ahí se nos cae el sudor.
Muebles estilo tudor a dié, catre con su caído por ahí,
miguitas en esa cama juntadas con la lengua del hambre
la laxa lengua carnal, el sexo patibulario, la bulimia papal
que nos entra por un oído y nos sale por el orto, y la cera,
el panal, ese hexágono infinito con el catéter en el ombligo y
el centro en ninguna parte, que mana sal o mana miel según
la inclemencia que te retuerza o el tiempo que nos muerde.











II
(Ying –yang)

Doble clic sobre el nombre número sesenta y nueve de dios,
(el nombre número cien sólo lo conocen los camellos, de ahí
la mirada de desprecio, el escupitajo, la joroba que desierta).
El enroque oscuro delatado por el agujerito de luz en la pared,
la esperanza de ver lo que no nos dejan: el agujero negro no es
para mirar: por ahí nos vamos, de cuerpo entero, todos, a la
cueva  de gusano ciego de la manzana temporal. La cáscara
del presente tiene setenta balcones y una caída flor. Ir hacia abajo
es contarle las costillas al abismo: están todas, menos una que
fue arrancada mientras dormíamos con los ojos bien abiertos.











III
(Sol –do)
Doble clic sobre la quebrada de un tango japonés, la tibia
partida, el radio tecleando ese o ese, los dolores al cúbito,
la vida por el peroné, la clavícula y el hueco donde te dormís
sobre mí como piedra cansada pero siempre locuaz: el yeso
endurece menos rápido que la lengua, toda bronce sonoro o
címbalo vibrante, lengua de la victoria precaria,  pero dónde,
qué samotracia, dónde nos quedamos, repetime el último compás.
Cada  ataque de nervios nos pone verticales, nos vierte en plomo,
y allá vamos, a morder la profundidad que se retuerce y nos llama,
 incomprensible y caprichosa como una tinta china de Michaux.












IV
(Bee – beep)

Doble clic sobre el colmillo izquierdo del coyote que muerde
nada: es la estepa que se lleva sus jugos a lo muy hondo,
el camino vertical de la saliva bajando el pecho por gracia
de la bestia legislativa de la gravedad (esto es grave, me digo,
y resbalo por el pozo de una oscuridad tan  ajena que el ojo
no se sostiene sin echar mano a bastones muy cayados).
El desierto es un pájaro enterrado en sí mismo, su molleja
de moler piedra dale que te dale: de ahí viene la arena, de ahí
venimos todos, el crujido de los dientes dice creo creo creo:
mordemos arena y sonreímos esta molienda de resignación.












V
 (Big- bang)
Doble clic sobre esa mueca en silla de ruedas: la parálisis
es el pan nuestro de cada día, somos paja de gente vieja
dando vueltas para que así se acabe el mundo, no con,
sino con; el quejido es inaudible en las cegueras de fósforo
líquido, la mudez nos sale bien, se extraña la falta de tacto,
pero hay olfato: algo huele a podrido después del paso del
gran flautista dinamarqués: en el principio fue el mouse,
su obediencia de queso de cabra, su cola de ratón y la tripa,
provisoria, su cabeza empalmada: de ahí vamos todos,
el dedo de señalar, doble clic hasta que estalle el mundo.
.
                                                                           a Stephen Hawking.












Plexo
Sea vuestro hablar: “sí, sí”  o “no, no”;  y lo que es más de esto, procede del mal.
Mateo, 5:37

La lengua binaria teje su nudo de nervios: en un mundo
de ceros y unos, el diablo comienza con el número dos;
dios es una red infinita con agujeros en todas sus partes
y el centro en ninguna: un pez gordo que pasa el tramallo
y lo trae, repleto de ojos pulposos, a su cueva en el coral.
El nervio óptico conéctase óptimo a la fibra óptica: tejer
jamás fue tan fácil: se cambia aire por bolsita al crochet.
Encerrada en esa vaina de vidrio la luz se nos envenena
y repta: sólo en la grieta el antídoto, la palabra que brota,

el ardor










Sexo

Por las almas de cobre de los cables un fantasma
recorre el mundo; fosforecen
los botones de nácar
en las pantallas de cristal líquido, ese río vertical
en el que te bañarás dos veces. El ojo es todo fibra:
cuerda de violín tensada por la luz, violinista loca
que frota su arco de crin de caballo sobre el nervio
óptimo, en una curvatura que es la distancia menor
entre tu punto ciego y el mío. La boca que no está
le habla al oído que no escucha: un cortejo musical
de las palabras que van diciendo su pequeña muerte.













Nexo

Lo que va de un ojo a otro se mueve a la velocidad de la luz;
lo que trepa del ojo al cerebro jadea por un camino de mulas:
los tropezones de  la marcha quiebran el pensamiento en dos.
En esa refracción el hilo de ideas muestra la hilacha; pensar
es ilusión; cruzamos el abismo a los saltos, bloque a bloque,
como osos asustados sobre las heladuras repentinas de un río.
La diferencia de presión y temperatura entre el aquí y el allá
mueve los molinos de la lengua: se habla por horror al vacío,
pero sólo la verdad puede romper la barrera helada de la luz.

Sólo un corazón puede incendiar la sangre que lo hace corazón.










V

Materia fractal












I

Como la noticia más vieja del mundo, que todavía va de boca en boca.
Como plegar y  plegar una palabra hasta exprimir su gota de silencio.
Como una canción que la piedra se canta en voz cada vez más baja.
Como el humo frente a un viento que no sabemos de dónde viene.
Como si un ciego escuchara con los dedos la rotura de un espejo.
Como mirar desde la ventana la lluvia que borra un manuscrito.
Como un parche golpeado por un brazo de tendones oxidados.
Como encontrar con el ojo el manantial que busca la lengua.
Como una canción que escucha el que tiene hambre y sed.
Como el tiempo que se goza mientras cae la gota de miel.



II

Como un millón de bocas bebiendo del mismo vaso vacío.
Como la duda que se amansa frente al grito de otra duda.
Como la luz que se filtra en los ojos que no quieren ver.
Como una grieta que quiere elegir entre sus dos bordes.
Como el verano subiendo por las ramas del duraznero.
Como la oscuridad que no queremos ver pero persiste.
Como una moneda que se multiplica hasta valer nada.
Como un río que no sabe si su arroyo es padre o hijo.
Como esas montañas viejas que extrañan ser llanura.
Como ese pan que repartiste hasta volverlo hambre.



III

Como tus hijos vistos por los mil ojos de la abeja.
Como el temblor del hierro ardiente en agua fría.
Como el cansancio del asedio a una ciudad gris.
Como los  zapatos que olvidamos en el camino.
Como la sospecha de saber que vive algo más.
Como el eco de ese pozo cada vez más hueco.
Como el desborde de un río en plena sequía.
Como dormirnos después de hacer el amor.
Como ese río asombrado de su temeridad.
Como el dolor de la herida que envejece.




IV

Como esos libros que ya  dejaste de leer.
Como la bestia que piensa en sí misma.
Como cordillera sumergida  en el mar.
Como monte agrietado por sus  ecos.
Como un eco parido por silencios.
Como la fase final de un temblor.
Como la historia que te cuentas.
Como la sutura de lo invisible.
Como la paciencia del óxido.
Como morder la mano que.



V

Como mirarnos de frente.
Como una muñeca rusa.
Como luz en agua fría.
Como creer en nadas.
Como dar de beber.
Como decir no sé.
Como casi saber.
Como perderse.
Como revivir.
Como matar.



VI

Como callarnos.
Como respirar.
Como insistir.
Como desear.
Como arder.
Como amar.
Como atar.
Como ser.
Como es.
Como si.



VII




Cómo.









Puerto Madryn, febrero de 2014







[1] Una cámara de niebla es un entorno cerrado que contiene vapor de agua superenfriado
 y  supersaturado, utilizado para detectar partículas de radiación ionizante.